lunes, 16 de marzo de 2009

Donde reina la violencia. Mono, el Rana, el Profeta y los Banqueros en la noche roja de Distrito Centro

En la noche roja de Distrito Centro Mono sonríe, aunque sin fuerzas, contento por ver tan bello atardecer. Son las bondades que ofrece la vida al aire libre, y que hay que pagar tan caro: embutido como puede en su colcha floreada bajo el hueco de la entrada de un antiguo restaurante (SE ALQUILA / SE TRASPASA, dice el cartel pegado al cristal mugriento), Mono nota la humedad que se le cuela por entre los huesos, y presiente que el dolor que se extiende, poco a poco, perezoso, por toda su región lumbar, está dispuesto a quedarse allí por un largo, largo tiempo.
En la noche roja de Distrito Centro el Rana sonríe, aunque resacoso, cuando se acuerda de la cara de los que cruzan el semáforo: unos miran de reojo, otros sonríen afectados y nadie entiende porqué gesticula, sin palabras, como si hablara con un interlocutor ausente. El anorak que fue verde se le ha empapado esta tarde, y aunque son varias las capas de ropa que lleva encima la humedad ha calado hasta llegar a tocarle la piel; pero no lo nota: el calor del licor aún le protege y su dulce aroma todavía le dará unas horas de narcótica paz, hasta que la madrugada, tan cruel en abril como en noviembre, imponga su lógica despiadada.
En la noche roja de Distrito Centro el Profeta sonríe, aunque dolorido, satisfecho por haber hecho prevalecer otra vez su dignidad; después de que el vigilante (su traje de marca no disfrazaba el uniforme fascista) le humillara haciéndole levantar de la terraza del hotel, ha logrado juntar el dinero suficiente para, ya como cliente, entrar y pedir un café, ante la rabia difícilmente contenida de su persecutor. Eso sí, salvaguardar su honor le ha costado más tarde, cuando ya nadie miraba, una buena ración de palos. Y es que casi nada es gratis en Distrito Centro, salvo la belleza de atardeceres como este, se dice a sí mismo el Profeta.

En la noche roja de Distrito Centro los Banqueros sonríen, aunque tiritando, mientras caminan a solas por unas calles que se han quedado vacías: allí donde a la mañana todo era bullicio, pueden ahora extender la mirada y no ver ni un alma que les acompañe. Se calan sus gorros de lana y ciñen cuanto pueden sus ropas, para que el aire que sopla entre las torres del distrito financiero les pase justo, así resbalando, como por encima: es el momento de seguir hablando de San Agustín, ahora que todo está en calma, entre bocado y bocado a estas deliciosas hamburguesas que, eso sí, se han quedado un poco frías (ellas también).

martes, 10 de marzo de 2009

Donde reina la violencia. Rey Bobo, “uno de los nuestros”

No hay mayor problema en salir del maco, al menos si el motivo para haber llegado allí es haber pintado unos tags, robado en tiendas o estar estriteando con el patín, actividades todas ellas entre las favoritas de Rey Bobo, y todas ellas ilegales en mundorreal: es tal la cantidad de jóvenes detenida a diario por los monos del Distrito Centro, que necesariamente una número similar debe salir a la calle todos los días.
Como no encuentra a El-Puto-Amo en Plaza Centro, y cree que todavía tardarán unas horas en soltar a Pequeña Kim, Rey Bobo decide buscar en su móvil el teléfono de ese galerista que le había dejado varios mensajes la semana pasada; dado que en mundoRReal casi todas las exposiciones están compuestas fundamentalmente por artistas adolescentes (o incluso menores: el mayor éxito de la temporada pasada fue la individual de un tal Bramx, de tan sólo doce años), para los que tienen cierta habilidad no resulta extraño recibir, cada dos por tres, llamadas de galeristas y curators. Pero ya casi nadie, salvo los muy novatos, se hace demasiadas ilusiones, pues lo máximo que éstos ofrecen a los jóvenes artistas es una copiosa y sofisticada merienda el día de inauguración, para ellos y todos sus amigos: de tal modo que, una vez integrados en el circuito de exposiciones, nadie necesita ser el protagonista de una muestra para garantizar su asistencia a una merienda, al menos, cada fin de semana.
Pero Rey Bobo, Pequeña Kim y El-Puto-Amo se divierten exponiendo, y dándole vueltas a cómo concebir nuevas instalaciones y performances, normalmente con el patín como protagonistas principal, y haciéndose conocidos: lo cual les hace desarrollar una particular arrogancia, alimentada a su vez por su ostensible desprecio a las meriendas oficiales, que está comenzando a tener seguidores entre otros jóvenes artistas de mundoRReal.
Nada parece preocupar menos, sin embargo, al establishment artístico, que en el fondo sabe que mientras dicha arrogancia prolifere, aunque sea a costa de ese desprecio por sus meriendas (que evidentemente simboliza el desprecio por su forma de vida, y todo lo que representa: no son tontos), tendrán asegurado un buen número de jóvenes artistas, formados todos ellos en el “Nuevo Programa de Futuro”, haciendo cola por exponer sus acrobacias o sus tags en esas galerías desde las que ellos, tranquilamente y con las manos libres, podrán vender al mundo entero dichos productos, ahora transformados, por obra y gracia de sus paredes, en lo que la crítica llama “Arte de la Vieja Escuela”.
Por eso, cuando el señor Messner descuelga el teléfono y escucha el burlón tono de voz de Rey Bobo, sonríe para sí, porque sabe que, a fin de cuentas, él es “uno de los nuestros”.