jueves, 2 de abril de 2009

Donde reina la violencia. Señor Messner

Cuando Señor Messner sale de sus oficinas en Distrito Centro, esquivando como de costumbre a los tres vagabundos que suelen refugiarse en los bajos del edificio, es muy tarde y casi nadie que tenga un lugar donde dormir queda ya en las calles. En la acera le espera un gran coche negro, igual que todos los que usan las personas importantes de mundoRReal (es decir, fundamentalmente “los cretinos” y sus diversos aliados), junto a los imensos sacos de basura y desperdicios varios que se acumulan sin cesar (los servicios de recogida fueron inevitablemente reducidos a mínimos tras la Gran Catrástofe, y por el contrario, la capacidad de generar porquería en mundoRReal fue creciendo exponencialmente, pese a las carencias generalizadas y la precariedad general de la vida).
Aunque Señor Messner, al igual que otros galeristas, financieros y hombres del espectáculo realista, no pertenece técnicamente a la casta dominante de “los cretinos” (hay estrictas normas de conducta y de parentesco que lo impiden), son normalmente bien considerados y tenidos en cuenta por estos.
Es un buen año para Señor Messner, porque ha conseguido realizar algunas de las exposiciones más exitosas de la temporada en Distrito Centro, e incluso se habla de la posibilidad de llevar algunos de sus espectáculos de Performances a la periferia de Babilonia West, donde siempre son bien recibidos, pues normalmente no llegan muchos entretenimientos allá, y generan por tanto cuantiosos beneficios. A los ya previsibles éxitos de Auto04 y de Krankoo, adolescentes de una larga trayectoria (casi dos años en la cresta de la ola) con los que había trabajado desde sus comienzos, se había sumado inesperadamente la exposición de los grafitis de Bramx, un chaval de apenas doce años que había sido la revelación absoluta de la temporada, y en el que ahora todos los ojos estaban puestos. Señor Messner había cerrado a cal y canto las relaciones contractuales con él (aún existiendo padres u otros familiares próximos –no era el caso de Bramx- los contratos directos con menores son permitidos en mundoRReal), y por supuesto había tomado todo tipo de precauciones “no contractuales” para evitar que se le escapara: la fuga de artistas es uno de los imprevistos económicos más temidos por los hombres de negocios de mundoRReal. Ahora solo tenía que esperar a que los pedidos de reproducción de sus grafitis y tags para todo tipo de industrias visuales y accesorios fueran entrando por la puerta de su taller de reprografía (un negocio verdaderamente bollante en mundoRReal, despues de que la Red Virtual cayera tras la Gran Catástrofe).
Animado y envalentonado por estos pequeños triunfos, Señor Messner busca estos días nuevos jóvenes valores con los cuales incrementar la nómina de su galería, y prueba con distintos teléfonos que sus acólitos han ido recogiendo a través de conversaciones en bares y plazas: por ejemplo Rey Bobo, uno de los más prestigiosos acróbatas del patín entre sus propios colegas, pero casi inédito aún en el mundo profesional.
Cuando tras varios intentos por fin consigue que Rey Bobo le devuelva la llamada, una ola de satisfacción embarga a Señor Messner; y no sólo por el dinero que espera generar con los saltos de este chico, sino también porque ve cómo el que es en realidad su objetivo final, el ya casi mítico El-Puto-Amo, el escurridizo y arrogante El-Puto-Amo, el verdadero rey de los artistas realistas (pese al falso título de Rey Bobo), está un poco más cerca de sus manos.

lunes, 16 de marzo de 2009

Donde reina la violencia. Mono, el Rana, el Profeta y los Banqueros en la noche roja de Distrito Centro

En la noche roja de Distrito Centro Mono sonríe, aunque sin fuerzas, contento por ver tan bello atardecer. Son las bondades que ofrece la vida al aire libre, y que hay que pagar tan caro: embutido como puede en su colcha floreada bajo el hueco de la entrada de un antiguo restaurante (SE ALQUILA / SE TRASPASA, dice el cartel pegado al cristal mugriento), Mono nota la humedad que se le cuela por entre los huesos, y presiente que el dolor que se extiende, poco a poco, perezoso, por toda su región lumbar, está dispuesto a quedarse allí por un largo, largo tiempo.
En la noche roja de Distrito Centro el Rana sonríe, aunque resacoso, cuando se acuerda de la cara de los que cruzan el semáforo: unos miran de reojo, otros sonríen afectados y nadie entiende porqué gesticula, sin palabras, como si hablara con un interlocutor ausente. El anorak que fue verde se le ha empapado esta tarde, y aunque son varias las capas de ropa que lleva encima la humedad ha calado hasta llegar a tocarle la piel; pero no lo nota: el calor del licor aún le protege y su dulce aroma todavía le dará unas horas de narcótica paz, hasta que la madrugada, tan cruel en abril como en noviembre, imponga su lógica despiadada.
En la noche roja de Distrito Centro el Profeta sonríe, aunque dolorido, satisfecho por haber hecho prevalecer otra vez su dignidad; después de que el vigilante (su traje de marca no disfrazaba el uniforme fascista) le humillara haciéndole levantar de la terraza del hotel, ha logrado juntar el dinero suficiente para, ya como cliente, entrar y pedir un café, ante la rabia difícilmente contenida de su persecutor. Eso sí, salvaguardar su honor le ha costado más tarde, cuando ya nadie miraba, una buena ración de palos. Y es que casi nada es gratis en Distrito Centro, salvo la belleza de atardeceres como este, se dice a sí mismo el Profeta.

En la noche roja de Distrito Centro los Banqueros sonríen, aunque tiritando, mientras caminan a solas por unas calles que se han quedado vacías: allí donde a la mañana todo era bullicio, pueden ahora extender la mirada y no ver ni un alma que les acompañe. Se calan sus gorros de lana y ciñen cuanto pueden sus ropas, para que el aire que sopla entre las torres del distrito financiero les pase justo, así resbalando, como por encima: es el momento de seguir hablando de San Agustín, ahora que todo está en calma, entre bocado y bocado a estas deliciosas hamburguesas que, eso sí, se han quedado un poco frías (ellas también).

martes, 10 de marzo de 2009

Donde reina la violencia. Rey Bobo, “uno de los nuestros”

No hay mayor problema en salir del maco, al menos si el motivo para haber llegado allí es haber pintado unos tags, robado en tiendas o estar estriteando con el patín, actividades todas ellas entre las favoritas de Rey Bobo, y todas ellas ilegales en mundorreal: es tal la cantidad de jóvenes detenida a diario por los monos del Distrito Centro, que necesariamente una número similar debe salir a la calle todos los días.
Como no encuentra a El-Puto-Amo en Plaza Centro, y cree que todavía tardarán unas horas en soltar a Pequeña Kim, Rey Bobo decide buscar en su móvil el teléfono de ese galerista que le había dejado varios mensajes la semana pasada; dado que en mundoRReal casi todas las exposiciones están compuestas fundamentalmente por artistas adolescentes (o incluso menores: el mayor éxito de la temporada pasada fue la individual de un tal Bramx, de tan sólo doce años), para los que tienen cierta habilidad no resulta extraño recibir, cada dos por tres, llamadas de galeristas y curators. Pero ya casi nadie, salvo los muy novatos, se hace demasiadas ilusiones, pues lo máximo que éstos ofrecen a los jóvenes artistas es una copiosa y sofisticada merienda el día de inauguración, para ellos y todos sus amigos: de tal modo que, una vez integrados en el circuito de exposiciones, nadie necesita ser el protagonista de una muestra para garantizar su asistencia a una merienda, al menos, cada fin de semana.
Pero Rey Bobo, Pequeña Kim y El-Puto-Amo se divierten exponiendo, y dándole vueltas a cómo concebir nuevas instalaciones y performances, normalmente con el patín como protagonistas principal, y haciéndose conocidos: lo cual les hace desarrollar una particular arrogancia, alimentada a su vez por su ostensible desprecio a las meriendas oficiales, que está comenzando a tener seguidores entre otros jóvenes artistas de mundoRReal.
Nada parece preocupar menos, sin embargo, al establishment artístico, que en el fondo sabe que mientras dicha arrogancia prolifere, aunque sea a costa de ese desprecio por sus meriendas (que evidentemente simboliza el desprecio por su forma de vida, y todo lo que representa: no son tontos), tendrán asegurado un buen número de jóvenes artistas, formados todos ellos en el “Nuevo Programa de Futuro”, haciendo cola por exponer sus acrobacias o sus tags en esas galerías desde las que ellos, tranquilamente y con las manos libres, podrán vender al mundo entero dichos productos, ahora transformados, por obra y gracia de sus paredes, en lo que la crítica llama “Arte de la Vieja Escuela”.
Por eso, cuando el señor Messner descuelga el teléfono y escucha el burlón tono de voz de Rey Bobo, sonríe para sí, porque sabe que, a fin de cuentas, él es “uno de los nuestros”.

martes, 24 de febrero de 2009

Donde reina la violencia. Apuntes laudatorios para una breve semblanza biográfica de Frank DeLaVega

Frank DeLaVega nació en algún momento del final del siglo pasado, antes del “gran acontecimiento” que daría lugar a la configuración política de mundoRReal. El lugar, aunque desconocido con exactitud, bien pudiera ser ubicado con toda probabilidad en cualquiera de las zonas suburbiales que rodean las áreas protegidas del Distrito Centro en Babilonia West, y a no excesiva distancia de las mismas, habida cuenta la regularidad con que nuestro personaje las frecuentaba, dejando su rastro en ellas.
Podríamos decir que DeLaVega era un escritor, aunque también algo parecido a aquello que en otros tiempos se llamara un “activista político”. “En tiempos de paz, vigila el peligro”, escribía por ejemplo DeLaVega con trozos de cinta adhesiva sobre el pavimento (un posible lugar: la entrada de la boca del metro); se dice que era capaz de escribirlo a una velocidad increíble, y salir después corriendo como el rayo antes de que los servicios del orden de mundoRReal le echaran la mano encima. Pese a la diligencia de las autoridades en borrar todas las pistas de un posible disenso, siempre daba tiempo de que alguien que pasaba pudiera cuando menos extrañarse con aquellas frases que DeLaVega escribía de tan peculiar modo. Y sólo por eso él consideraba que cualquier riesgo merecía la pena.
Después DeLaVega pasaría a ejercer su peculiar sentido del activismo artístico en un lugar tan clásico como los retretes públicos, preferentemente los de bares, estaciones y cafés, aprovechando para ello cualquier superficie que lo permitiera: los marcos de los espejos y las traseras de las puertas estarían no obstante entre sus preferidos, y en ellos desgranaría textos propios junto con otros procedentes de algunos de sus libros favoritos (como aquel fragmento del “Gran Gatsby” en el que se hacía referencia al carácter evocador de los olores y su capacidad de desencadenar una sucesión de conexiones en nuestra memoria: su contextualización era, en este caso, evidentemente, la clave del acierto).
Tras una época de frenética actividad se perdió su pista en las calles, dando pie su desaparición al surgimiento de todo tipo de rumores entre el para entonces relativamente amplio grupo de seguidores del poeta: desde quien pensaba que simplemente habría cambiado de ciudad, hasta quien aseguraba haberle visto vestido de traje y corbata entrando en el edificio de una gran editorial, pasando por los más apocalípticos, que no dudaban en afirmar que debía de haber sido detenido por las fuerzas de seguridad y sometido a alguna “cura psicológica” para inadaptados.
Cuando años más tarde, y después de que todos estos rumores hubieran dado paso definitivamente al olvido, comenzara a aparecer por todas partes aquel pequeño dibujo con la cara triste de un muñeco al que acompañaba la leyenda “Frank´s depression Poetry”, nadie recordaba ya que hubiera habido nunca un escritor llamado DeLaVega; y esa falta de reconocimiento redundaba en la autoproclamada depresión del poeta, y ésta a su vez enmudecía las frases que otrora le dieran fama entre las mentes más inquietas de mundoRReal.
Nunca después volvimos a saber nada más de DeLaVega.

miércoles, 18 de febrero de 2009

Donde reina la violencia. Introduciendo a El-Puto-Amo

Tenía que andar ahora con mucho ojo El-Puto-Amo, después de que detuvieran a Rey Bobo y a Pequeña Kim por pintar sus tags en el autobús de la línea 13; era bastante seguro que, tras las hostias preceptivas, todos los monos del distrito centro estarían en estos momentos buscando su brillante cresta de pelo negro entre la heterogénea maraña de chicos de alrededor de doce o catorce años que pululaban por el barrio.
“¡Agosto es el mes del sexo anal!”, ponía en el escaparate de aquel sexsxhop feminista que había camino del parque: una bonita invitación para que su firma apareciera, verde fosforescente, indicando el comienzo de su periplo mañanero.
Aún no podía entender cómo les habían pillado de forma tan fácil: sabían desde hace meses que todos los buses llevaban cámaras y circuitos cerrados de vídeo, y que grababan hasta el vuelo de las moscas. Además, hacía años que la legislación de mundoRReal había dejado de considerar a los menores como sujetos jurídicos protegidos, y eran la carne de cañón favorita de una excesivamente numerosa plantilla policial. Por lo demás, que el abogado de oficio reclamara mecánicamente el “derecho a la libertad de expresión” o hiciera referencia a que los detenidos en realidad ejercían una actividad artística, ya ni siquiera era motivo de risa entre los asistentes a las vistas judiciales.
Algo más adelante, encontró el kiosko de Txoni-el-viejo aún abierto. Revolviendo entre sus cajas de cartón llenas de publicaciones amarillentas, donde se mezclaban anuarios deportivos, comics porno y manuales políticos clandestinos, El-Puto-Amo descubrió, entusiasmado, un viejo fanzine sobre DeLaVega, aquel escritor y grafitero mítico que todas las pandillas de mundoRReal, fueran de la facción que fuesen, adoraban, pese a ni siquiera haber llegado a conocer uno solo de sus comentados escritos con cinta adhesiva: todos eran demasiado jóvenes. Lo compró sin dudarlo, gastándose el poco dinero que llevaba encima.
Se tumbó sobre la hierba seca del parque, entre latas vacías de cerveza y bolsas de plástico, y se puso a leer el fanzine con avidez: “En tiempos de paz, vigila el peligro”. No tuvo tiempo de seguir leyendo mucho más, pues, cuando sintió que un coche se detenía frente a la entrada del parque, se dejó llevar intuitivamente por las palabras de DeLaVega, y escapó tan rápido como pudo sin siquiera mirar atrás una sola vez.
Así era la vida diaria en mundoRReal. Algo tensa y fatigosa, de no ser que se tuviera catorce años.
Así era El-Puto-Amo, rápido, desconfiado, arrogante e infantil; no en vano, uno de los más famosos artistas del barrio.

lunes, 9 de febrero de 2009

Donde reina la violencia. El sueño de Pequeña Kim

Cuando, en tardes como ésta (recién salida del maco), surcaba las calles montada en su monopatín con el viento en contra golpeándole en la cara, Pequeña Kim se acordaba inevitablemente de Buster Keaton en “El héroe del río”, y su lucha encarnizada contra ese huracán que hacía caer todas las casas a su paso: así, imaginaba que los viejos edificios abandonados de Distrito Centro se desplomarían inexorablemente junto a ella, sin que en ningún momento llegara a alcanzarle ni una mota de polvo siquiera, mientras remontaba el barrio calle arriba (había pensado muchas veces en pedir a Txoni-el-joven que le grabara con su vieja cámara de vídeo, simulando luego de algún modo ese efecto en el ordenador, para después hacer un buen loop y proyectarlo en su próxima exposición individual).
Ser una de las mejores skaters de mundoRReal, y haber participado incluso en las competiciones oficiales de Babilonia-West, tampoco había significado su ingreso inmediato en el circuito artístico: poco a poco había comprendido, o le habían hecho comprender, que, para ser artista, además de habilidad era imprescindible tener ideas, o como solía decirse, “concepto”. Así, con la ayuda al principio de El-Puto-Amo, el más experimentado de todos sus colegas del barrio, había ido dotando a sus exhibiciones callejeras del suficiente grado de complejidad, ironía y autorreferencialidad como para que alguien pudiera llegar a calificarlas de performances en la sección de “Artes y Ferias” del Semanal de DC, la única voz autorizada. A partir de ahí, el salto a las galerías estaba garantizado.
Pese a ese primer reconocimiento público, Pequeña Kim no se tomaba sin embargo nada en serio el mundo del arte: en parte porque no lo entendía, en parte porque odiaba aquellas meriendas llenas de gente estirada los días de inauguración, y en parte porque le parecía muchísimo más excitante estritear salvajemente, con los auriculares puestos y viendo con el rabillo del ojo cómo los monos la seguían, cabreados, a muy poca distancia (las performances con contenidos de estrit estaban rigurosamente prohibidas por el “Nuevo Programa de Futuro”, puesto que estropeaban definitivamente el mobiliario urbano: hacía décadas que ya no existían partidas para su restauración en mundoRReal).
Rey Bobo y El-Puto-Amo eran sus mejores colegas, y juntos se reían de todo, pero ella sabía que, en el fondo, estaban dispuestos a cualquier cosa por lograr hacerse un verdadero nombre en el “quién es quién” del arte realista. Y llegados a ese punto, Pequeña Kim los despreciaba, porque su idiotez, consciente, le obligaba siempre a quemar las naves, olvidarse de todo y, cerrando los ojos, soñar con el viento en la cara y los ruinosos inmuebles del Distrito Centro, derrumbándose a su paso.

viernes, 6 de febrero de 2009

Donde reina la violencia. Wilding

Allí los vemos, en una de esas tantas tardes aburridas en las que no hay nada que hacer en Distrito Centro: son El-Puto-Amo, Rey Bobo y Pequeña Kim. Son tan sólo tres jóvenes sentados en sus monopatines, entre los escombros de un viejo parque abandonado. Demasiado mayores como para que ya nadie cuide de ellos. Demasiado jóvenes como para poder estar tranquilos, sin vigilar el peligro.
Aburridos del calor, aburridos de mirarse entre sí, Pequeña Kim, Reybobo y El Puto-Amo comienzan a pasear despacio en la calurosa tarde de verano del barrio: ningún otro ánimo en ellos que el de esperar a que el tiempo pase lo más rápidamente posible. “Wilding, wilding”, grita alguno de vez en cuando, sin demasiado entusiasmo, como para recordar a los otros dos que sigue allí. Nadie responde, en ningún caso. Las blancas sienes recién afeitadas del-Puto-Amo hacen que el tinte negro de su pelo brille azabache bajo el intenso sol.
De pronto, en medio de la calma chicha, saltan en todas las direcciones los cristales de una botella que Rey Bobo ha destrozado con su bate de aluminio, pero nadie se inmuta por ello: hace tanto calor que todo parece suceder a cámara lenta. “Idiota”, dice El-Puto-Amo, sin mirar atrás. “Sí”, contesta riendo Rey Bobo, los dientes siempre fuera de su boca, “era yo”. Pequeña Kim se entretiene tratando de pisar las lagartijas que a su paso salen despavoridas de sus escondrijos, aunque casi nunca llega a alcanzarlas. “Wilding, wilding”, grita alguien, y nadie contesta.

Caminan El-Puto-Amo, Rey Bobo y Pequeña Kim con las camisetas empapadas ya en sudor, mientras buscan sus ojos alguna esquina en sombra en la larga e inhóspita avenida suburbial. Cubren las caras de Pequeña Kim y Rey Bobo la sombra de sus viseras, y sólo El-Puto-Amo guiña desafiante sus ojos al sol, y deja que brille su pelo negro. El-Puto-Amo avanza primero, en solitario, flotando su mente en pensamientos vacíos. Al poco, una piedra que ha surgido detrás de él, desde algún lugar, se estrella cinco metros adelante contra una señal de tráfico oxidada. El golpe metálico retumba por todos los lados, ensordecedor, como si estuviera amplificado por el propio vacío que construye el silencio: “tú, Kim”, y El-Puto-Amo tampoco ahora se vuelve para hablarle. Tan sólo se oyen unas risas como respuesta.

Algo más lejos un grupo de niños juega a fútbol. De pronto se detienen mudos, encogidos: alguien ha avistado a lo lejos, a contraluz, la inconfundible silueta recortada (el bate de béisbol de Rey Bobo, la puntiaguda cresta del-Puto-Amo) formada por esas tres figuras que gritan “wilding, wilding”; y todos salen corriendo sin pensárselo dos veces, dejando atrás balón y mochilas. Rey Bobo, El-Puto-Amo y Pequeña Kim caminan sin darse prisa en llegar, saben que la tarde se presenta larga y no conviene desperdiciar demasiado pronto las posibles diversiones. Rey Bobo golpea con su bate una de las mochilas, que, como un animal despanzurrado, deja salir desordenadamente de su interior un bocadillo, un viejo walkman, algún bolígrafo. Nada de aquello les interesa, pero Rey Bobo se entretiene con el bocadillo esparcido por el suelo, primero desmenuzándolo, luego amasándolo con la punta de su bate. Pequeña Kim lanza entonces su navaja desde la distancia, y ésta se clava de forma impecable en el balón, que se desinfla rápidamente dejando escapar la vida de su interior, listo para ser disecado. El-Puto-Amo parece por un momento estar a punto de sentir que se aburre con sus colegas: las mismas idioteces, iguales payasadas, siempre. Pero el calor no le deja pensar con claridad, y el malestar que le ronda no logra dar paso a la crisis necesaria, por lo que opta por intentar ser práctico: se agacha hasta una de las mochilas que ha quedado bajo sus pies, la abre y encuentra dentro de ella una pequeña botella de agua que, aunque caliente, sirve para refrescarle algo la cara, el cuello, la cabeza. “Eh, deja un poco” pero ya cae la botella de plástico vacía, como a cámara lenta (¿será el calor?), rebotando contra el suelo. El-Puto-Amo se esmera ahora tratando de levantar y perfilar su cresta mojada, mientras Reybobo y Pequeña Kim se afanan inútilmente en buscar algo de agua en el resto de las mochilas abandonadas a la carrera. Tarde calurosa de verano en el barrio, “wilding, wilding”, y nadie contesta.

Y entonces, como si se tratara de una figura del I-Ching, llega “lo inesperado”: una corriente de aire caliente avanza desde el callejón más próximo y los alcanza, envolviéndolos en una nube de polvo inmensa que entre ellos se levanta y va haciéndose espesa, hasta el punto de que se pierden de vista entre sí, quedando cada cual totalmente solo y aislado, qué momento de belleza y de calma interior. La luz filtrada por el polvo es de un intenso amarillo y el silencio de la tarde del barrio parece hacerse especialmente denso en ese suspensión sensorial, onírica, en la que cada uno de los tres vive por unos instantes, separadamente. Y súbitamente El-Puto-Amo siente que algo cambia, algo surge dentro de sí, como una ola de fuerza y luz, y no sabe lo que es, pero avanza imparable, hasta instalarse finalmente como un apretado nudo en su garganta, que poco a poco se deshace dejando salir las siguientes palabras, mientras su mirada queda perdida en un infinito tremendamente inmediato:

“y que hubiera de temer mi vida del postrer aullido / si mi alma queda en calma cuando la baña tal luz divina, / si de mi cuerpo todo se desprende el más dulce de los aromas, / si ya no cabe en mi pecho ni el más tenue de los suspiros, / si ya no puedo sentir más que esta plenitud de gozo y amor…”

Y mientras El-Puto-Amo aún no ha terminado de decir estas últimas palabras la nube de polvo se disipa. Abre despacio entonces los ojos y encuentra junto a él, a sus pies arrodillados, a Rey Bobo y Pequeña Kim: y ve cómo unas gruesas lágrimas de amor y agradecimiento surcan sus sucias mejillas empolvadas de amarillo. Y, secretamente, decide también él amarlos de por vida.